Hoy he descubierto que la fiesta de San Valentín viene de la antigua Roma, de una fiesta pagana llamada Lupercalia, que se celebraba el 15 de febrero y en la que algunos hombres elegidos salían desnudos y cubiertos con tiras de cuero, azotando a cualquiera que se cruzase por delante, especialmente a las mujeres, las cuales lo recibían con gozo y efusión ya que el latigazo purificador les daría fertilidad. Wow…
Poco a poco, las fiestas paganas fueron perdiendo el favor de las autoridades de la época, y en el siglo V d.C. finalmente Gelasio I, Papa y Santo, la prohibió sin más. Para mayor éxito del decreto, porque ya se sabe que no hay mejor manipulación que la combinación de miedo y de distracción (vivimos en la era del show business por algo), se instauró el 14 de febrero como el día de San Valentín, substituyendo toda connotación sexual por lo romántico. De ahí los corazones, las notitas de amor y los chocolates en cajas con lazos, que no están mal, no me malentendáis, ¡a nadie le amarga un dulce!
Pero digo yo… ¿Y si recuperamos un poco, sólo un poquito, esa parte pagana? ¡Volvamos a lo instintivo! ¡Escuchemos al cuerpo y vivamos desde el placer! ¿Porque qué es la vida si no hay placer en vivirla? El placer del sexo, sí, pero también el placer de un café calentito entre las manos cuando hace frío, el placer de una prenda abrigada en las calles húmedas de invierno, sintiendo el aire frío en la cara y el cuerpo protegido…
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